miércoles, 11 de diciembre de 2013

Déjame entrar, de Matt Reeves





Déjame entrar
(Let Me In, 2010)

Jesús Guerra

Owen (Kodi Smith-McPhee) es un niño solitario. Vive con su madre en un edificio de departamentos de las zonas pobres de la ciudad (en Nuevo México) y en la escuela sufre porque es asediado y golpeado con frecuencia por un grupito de jóvenes mayores. Una noche, Owen --entre sus entretenimientos se encuentra el de espiar a sus vecinos con un telescopio que tiene en su recámara--, nota que se mudan al edificio una niña y su padre. Otra noche, helada también, Owen sale al oscuro patio central del edificio y se encuentra con la niña (Chloë Grace Moretz), llamada Abby, la cual lo primero que le dice es que no puede ser su amiga. Sin embargo, Owen y Abby se hacen amigos, con cierta torpeza al principio, con limitaciones...

Por una parte somos testigos de la tristona vida de Owen y su madre (a la madre, interpretada por Cara Buono apenas la vemos), en su casa, y de la vida escolar de Owen; por otra, vemos la patética vida del «padre» de Abby (Richard Jenkins) y de ella misma, y, en tercer lugar, vemos las investigaciones de la policía local, específicamente del detective principal (Elias Koteas), que trata de resolver una serie de sangrientos y extraños asesinatos.

No pasa demasiado tiempo antes de que nos demos cuenta que el padre de Abby no es en realidad su padre, y que él es el asesino que busca la policía, pues debe de llevarle a la niña (que no es precisamente una niña) el alimento que necesita: sangre humana. La palabra vampiro se menciona una sola vez en esta cinta, aterradora pero, simultáneamente, triste y tierna. Lo aterrador funciona, además, en varios sentidos, en esta historia que retoma el mito del vampiro y lo aleja, por fortuna, de ese nuevo cliché de los vampiros glamorosos, ricos, bellos, sexuales y enamorados. Abby es mostrada más como una adicta... más aún, como la hija de una drogadicta, una niña nacida con una adicción de la que no es responsable, una niña muy vieja que no ha tenido más remedio que lidiar con sus problemas desde que tiene memoria. Y lo hace de la mejor manera que puede. Su vida transcurre en soledad, incluso en una soledad acompañada, en la pobreza, en la suciedad, en la sangre, siempre en tránsito, cambiándose de una ciudad a otra.

Déjame entrar (de 2010, con guión y dirección de Matt Reeves) es un remake de la película sueca que en los Estados Unidos se llama Let the Right One In (y en sueco Låt den rätte komma in), de 2008, con guión de John Ajvide Lindqvist, basado en su propia novela homónima, y con la dirección de Tomas Alfredson.

Matt Reeves ha dirigido cortos, una comedia, capítulos de series de televisión, y se volvió conocido cuando dirigió Cloverfield (2008). En 2014 se estrenará su siguiente film como director: Dawn of the Planet of the Apes.

La película está bastante bien. Me gusta (y hay que agregar que soy fan de dos de los actores de esta versión: Richard Jenkins y Elias Koteas, y que me gustó mucho el trabajo de actuación tanto de Kodi Smith-McPhee como de Chloë Grace Moretz). Pero también está bastante bien y también me gusta la cinta sueca, que tiene la ventaja de ser la original. ¿Para qué volver a filmarla sólo dos años después? Soy de los que piensan que, en principio, todo remake es inútil si aún podemos ver la cinta original. Sin embargo hay algunos remakes que funcionan bien pasados algunos bueños años. ¿Pero refilmar una obra sólo para que los norteamericanos no tengan que leer subtítulos? Evidentemente es eso y hacer dinero al aprovechar la fama de una cinta original pero hecha en otro país y en otro idioma al rehacerla y quedarse con las ganancias. Esta película, Let Me In, por lo menos les ha quedado bien a los norteamericanos. Hay casos de remakes patéticos...

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Déjame entrar (Let Me In; 2010). Dirección y Guión: Matt Reeves. Fotografía: Greig Fraser. Música: Michael Giacchino. Edición: Stan Salfas. Con: Kodi Smith-McPhee, Chloë Grace-Moretz, Elias Koteas y Richard Jenkins, entre otros.


lunes, 9 de diciembre de 2013

Los juegos del hambre (II): En llamas, de Francis Lawrence





Los juegos del hambre (II): En llamas


Jesús Guerra

El párrafo introductorio de mi reseña de la cinta anterior de esta trilogía sigue siendo válida para ésta: «Cuando vi por primera vez en librerías el volumen Los juegos del hambre, de Suzanne Collins, y leí la contraportada, me pareció que la premisa era idiota (una sociedad en la que se pone a pelear a muerte a jóvenes para el entretenimiento televisivo de un país), y no lo compré. Y sigo sin leerlo (aunque después de ver la película —a pesar de que la idea central me sigue pareciendo idiota—, me doy cuenta que hay algunos elementos de crítica social interesantes para una saga destinada a los lectores jóvenes, así que lo leeré pronto). Sin embargo, escribir la reseña de una película basada en un libro sin haberlo leído es bueno para la percepción de la película, aunque quizá no para la percepción del argumento de la obra original». En efecto, sigo sin leer los libros, pero por lo menos sigo con ganas de leerlos...

Este segundo film de la trilogía inicia en el punto en donde terminó la primera, pero aproximadamente un año después. Katniss (Jennifer Lawrence) y Peeta (Josh Hutcherson), se encuentran en su pueblo del Distrito 12 luego de ganar los Juegos del Hambre número 74, pero están a punto de iniciar el Tour de la Victoria por los demás distritos de Panem. Ya comienzan las entrevistas a los dos, que deben seguir con el juego de su apasionada historia de amor para el placer de los seguidores del reality show. Sin embargo, sabemos que el presidente Snow (Donald Sutherland) no está nada satisfecho con el resultado de dichos juegos, pues los organizadores (el gobierno mismo) se vieron en la necesidad de hacer una  excepción y tener dos ganadores, debido a que Katniss y Peeta estaban dispuestos a suicidarse para «no tener que separarse». Esto complació a los televidentes pero disgustó al presidente del país, quien se dio cuenta del poder simbólico que ese gesto les había dado a los jóvenes, y sobre todo a Katniss, frente a las masas miserables y a punto de rebelarse. Así que Snow tiene a bien hacer acto de presencia en el Distrito 12 para entrevistarse personalmente con Katniss y negociar con ella (léase: amenazarla).  Le pide que cumpla con todo como debe de ser, que no haga más gestos subversivos, y que intente no sólo convencer al país de que su relación amorosa con Peeta es real, sino que lo convenza a él (Snow), si no quiere Katniss ser la causante de las represalias del gobierno en contra de su familia y su Distrito.

La chica, por supuesto, está dispuesta a obedecer, y una buena parte del tour se la pasa en calidad de zombi, hasta que los acontecimientos mismos comienzan a orillarla a actuar de otra manera. El nivel de violencia de esa sociedad del futuro en la que sucede esta historia es más evidente en esta cinta, y las fuentes de inspiración siguen siendo la Roma imperial y el Tercer Reich. Para los espectadores queda claro casi desde el inicio que la revuelta general es inminente.

En algún momento de la cinta comprendemos que el director de los juegos anteriores fue eliminado por Snow, y conocemos a su sucesor: Plutarch Heavensbee (el estupendo Philip Seymour-Hoffman), mano derecha de Snow y al parecer tan maquiavélico con éste. La primer jugada de este nuevo dúo dinámico del mal es crear unos juegos diferentes para celebrar el año 75 desde la pacificación de la insurrección (misma que dio origen a los Juegos del Hambre): en este año los participantes deberán de ser elegidos de entre los ganadores de los juegos anteriores, lo cual por supuesto es absurdo: una de las participantes es una mujer de unos 70 años. Y, por supuesto, luego de varias maniobras, los ganadores del Distrito 12 vuelven a ser Katniss y Peeta.

Así, después de ver el trasfondo político del show (literalmente), se preparan los juegos número 75. Ahora el énfasis no está en el entrenamiento sino en la formación de alianzas entre los participantes. Y vemos también que los simpatizantes de la revolución se encuentran en todas partes (y también cómo les va cuando son descubiertos o cuando ellos mismos se muestran).

Esta cinta, por ser la número dos de una trilogía, es la que se encuentra de relleno en el sandwich. La historia general no comienza con el inicio de la película, ni termina donde finaliza el film. Es una cinta insatisfactoria en sí misma. Sin embargo es una obra más ágil que la primera (la anterior, a su vez, tiene sus problemas propios por ser la del inicio, la que plantea la situación). Quizá esta película sea mejor que la anterior, pero no es tan evidente. La primera película tuvo un costo de 78 millones de dólares, y ésta de 130 millones. ¿La diferencia de calidad está en esos 52 millones de dólares de diferencia? Sí pero no del todo... La verdad es que es más interesante, y eso está relacionado más con los libros que con el presupuesto, pero también, quizá con el realizador y los guionistas.

La primera fue dirigida por Gary Ross (quien tiene en su filmografía Seabiscuit (2003) y Pleasantville (1998), como director, y como guionista Big (1988), Mr. Baseball (1992), Dave (1993), Lassie (1994), Pleasantville (1998) y Seabiscuit (2003), entre otras. Cintas más bien familiares, comedias y dramas. Sin duda es un guionista y un realizador muy correcto, pero no había hecho antes nada que tuviera que ver con una obra de ciencia ficción y de violencia como Los juegos del hambre.

La segunda fue dirigida por Francis Lawrence, quien comenzó como director de videos musicales, pero quien tiene dos películas ligeramente más relacionadas con la saga: Constantine (2005) y I Am Legend (2007). Y los guionistas de esta segunda parte son, de verdad, de lujo: Simon Beaufoy, quien tiene en su filmografía como guionista —y sólo mencionaré dos de bastantes más—, The Full Monty (1997), y Slumdog Millionaire (2008), por el que se ganó el Oscar de Mejor Guión Adaptado; y el otro guionista es Michael Arndt, quien escribió Toy Story 3 (2010), Little Miss Sunshine (2006), por el que se ganó el Oscar, y la reciente Oblivion (2013).

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Los juegos del hambre (II): En llamas. (The Hunger Games: Catching Fire; 2013). Dirección: Francis Lawrence. Guión: Simon Beaufoy y Michael Arndt (basado en la novela homónima de Suzanne Collins). Fotografía: Jo Willems. Música: James Newton Howard. Diseño de producción: Philip Messina. Con: Jennifer Lawrence, Josh Hutchenson, Elizabeth Banks, Woody Harrelson, Stanley Tucci, Philip Seymour-Hoffman y Donald Sutherland, entre otros.



viernes, 6 de diciembre de 2013

Los juegos del hambre (I), de Gary Ross




Los juegos del hambre (I)

de Gary Ross



Jesús Guerra

Cuando vi por primera vez en librerías el volumen Los juegos del hambre, de Suzanne Collins, y leí la contraportada, me pareció que la premisa era idiota (una sociedad civilizada del futuro en la que se pone a pelear a muerte a jóvenes para el entretenimiento televisivo de un país), y no lo compré. Y sigo sin leerlo (aunque después de ver la película —a pesar de que la idea central me sigue pareciendo idiota—, me doy cuenta que hay algunos elementos de crítica social interesantes para una saga destinada a los lectores jóvenes, así que lo leeré pronto). Sin embargo, escribir la reseña de una película basada en un libro sin haberlo leído es bueno para la percepción de la película, aunque quizá no para la percepción del argumento de la obra original.

Para quienes aún no saben de qué trata (quizá los papás de los muchachos fascinados con esta obra) les diré lo básico: en un futuro no especificado, cuando Norteamérica (es decir, supongo y espero, sólo los Estados Unidos) han desaparecido como país, una nueva nación surge de sus cenizas: Panem, formada por una suerte de estado central que es la capital, y rodeado de doce distritos. En el momento en que sucede la historia que se nos narra, han pasado 74 años desde que esos distritos de la periferia se rebelaron contra la capital, pero el centro venció y se restableció la paz. Sin embargo, para recordar los acontecimientos (es decir, para seguir restregándoselos en la cara a los miserables habitantes de dichos distritos), se crearon los llamados Juegos del Hambre (esto a mí me parece muy obvio, creo que éste es el nombre con el que la gente podría conocer los juegos, pero que el nombre oficial debería de ser diferente), para los que cada distrito proporciona, por sorteo, a un hombre y una mujer, de entre los 12 y los 18 años de edad, para que participen en este «juego» que en realidad es una competencia de sobrevivencia, puesto que el ganador de esos 24 participantes será sólo uno, y en consecuencia morirán 23. Los participantes no sólo tienen que luchar por sobrevivir al hambre, la sed y la enfermedad, sino que tendrán que defenderse de los ataques de los demás participantes, o bien atacarlos. Es el regreso de los gladiadores, pero con adolescentes pobres. El vencedor recibirá riquezas —supongo, o por lo menos comida—, lo mismo que los miembros de su familia y quizá también los habitantes de su distrito. Es claro que la capital está llena de habitantes adinerados y superficiales, y que los distritos periféricos son pobres (realmente miserables). Y todo mundo, los ricos por diversión, los pobres por ver cómo van sus participantes (y, puedo suponer, que también por diversión) siguen por TV esta competencia...

En el distrito 12, los participantes que «ganan el honor» de representar a su territorio son: Peeta Mellarck (Josh Hutcherson), de 17 años, y Primrose Everdeen (Willow Shields) de 12 años. De inmediato, la hermana mayor de Prim, Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence), de 16 años, se propone como voluntaria en lugar de su hermana. Lo anterior, por supuesto, llama la atención del personal de gobierno encargado del sorteo en el Distrito 12 y casi los enternece. Pero además, esta ternura, esta emoción, esta sorpresa, deben exagerarse para los telespectadores.

Katniss y Peeta son llevados en tren rápido a la capital, y desde que suben los desconcierta el lujo extremo con el que viajan los empleados del gobierno encargados de la organización de los juegos. A partir de aquí, vemos la extravagancia de «los ricos». Las escenas de la gente de dinero, a pesar de la evidente intención de crítica, son divertidas porque tienen el tono de farsa. Maquillajes exagerados —en hombres y mujeres—, peinados ridículos, barbas recortadas en formas rebuscadas, adornos de gran tamaño, vestuarios vistosos y sumamente coloridos, caricaturas de modas del pasado, del siglo XVII a los años 50 del siglo XX. En tanto que los pobres del Distrito 12 portan una recreación de las vestimentas de los años de la Gran Depresión.

Al llegar al centro en donde los entrenarán durante un mes, los chicos vuelven a sentir el peso del lujo excesivo. Ahí conocen a quien los vestirá y peinará para su presentación, Cinna (el músico Lenny Kravitz), y ya en el tren habían conocido a su mentor, Haymitch (Woody Harrelson), un ex ganador de los premios, dos décadas antes, que ahora es un tipo cínico y alcohólico. Conocen también, muy superficialmente (tanto que carecen de importancia para los espectadores) a sus 22 rivales. Durante este tiempo, además, son expuestos a los medios de comunicación, es decir, presentados al gran público, es decir, también, explotados en términos emocionales. No hay que olvidar que estos juegos son lo mismo que las peleas de gladiadores de la Roma imperial en versión Hi Tech y sirven simultáneamente a dos propósitos: castigar a los Distritos que se rebelaron en el pasado y mantenerlos bajo el yugo del miedo, y por otra parte, mantener tranquilos a los capitalinos, distraídos, entretenidos con un espectáculo salvaje. Yo, en lo personal, las actuaciones que más disfruté fueron la del conductor de televisión Caesar Flickerman (interpretado por el siempre espectacular Stanley Tucci), y la de Effie Trinket (Elizabeth Banks), la encargada de realizar el sorteo en el Distrito 12 y, por decirlo así, la representante del equipo.

Aquí vemos el estilo arquitectónico del gobierno dictatorial de Panem: básicamente se trata de una recreación del estilo de la Roma imperial y del Tercer Reich (este último ya era una recreación del estilo romano): edificios y plazas enormes (tamaño fascista, pues), todo adornado con banderas verticales.

Luego viene lo que se supone es la parte central de la obra, la competencia propiamente dicha, «los juegos», que se supone debe de ser medianamente interesante  —no puede ser muy intensa porque, por una parte, se trata de una cinta para adolescentes, y por otra, porque el director y coguionista, Gary Ross, y la coguionista (la autora misma de la novela, Suzanne Collins) no quisieron que la película pareciera glorificar la violencia convirtiéndola en espectáculo, que es, precisamente, una de las características de nuestro tiempo que la obra ataca—. Sin embargo debería de ser bastante más emocionante de lo que es. Es aquí donde se siente un poco que la cinta se cuelga.

Y de lo que sigue ya no digo nada. Reconozco el trabajo de adaptación como uno particularmente ingrato porque normalmente nadie queda satisfecho. Sin embargo hay que reconocer que la cinta tiene unos huecos informativos terribles. Uno no termina de entender muchos detalles. Yo tuve que buscar y leer material sobre la novela y la cinta en Internet para entender cosas que al parecer se encuentran bien explicadas en el libro. Y aunque comprendo, desde fuera de la obra, que los participantes sean muchachos de entre 12 y 18 años porque ése es el rango de edad al que estas obras (la novela y la película) están dirigidas, no tiene mucho sentido en la trama: ¿cómo podría ser «emocionante», desde una perspectiva de justicia competitiva y no sólo de violencia salvaje, una lucha a muerte entre, digamos, una niña de 12 años y un joven de 18? Eso ya no sería una pelea a muerte, sería directamente un asesinato. Y esto se encuentra relacionado con lo que decía en un inicio  acerca de una «premisa idiota».

La película funciona mejor de lo que yo esperaba, debo reconocerlo (sobre todo en el aspecto visual), pero tampoco me ha terminado de convencer. Sin embargo sí ha logrado que se me antoje leer la novela (por lo menos la primera de la trilogía) para ver si en efecto está justificado el éxito que ha tenido (creo que hasta el momento la novela —¿o la trilogía?— ha vendido alrededor de 20 millones de ejemplares en todo el mundo, y si bien no se compara con lo que ha vendido la serie de Harry Potter, no deja de ser un número impresionante de libros), y para ver, lo que sería aún mejor, si me gusta. Me encantaría que me gustara (¿para qué querría leer un libro que no me gustara?).

La cinta tuvo un costo de 78 millones de dólares y se estrenó en los Estados Unidos en marzo de 2012; hasta septiembre de ese año había ganado, en todo el mundo, más de 408 millones de dólares.

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Los juegos del hambre. (The Hunger Games; 2012). Dirección: Gary Ross. Guión: Gary Ross, Suzanne Collins y Billy Ray (basado en la novela homónima de Suzanne Collins). Fotografía: Tom Stern. Música: James Newton Howard. Diseño de producción: Philip Messina. Con: Jennifer Lawrence, Josh Hutchenson, Elizabeth Banks, Woody Harrelson, Stanley Tucci y Donald Sutherland, entre otros. La compañía productora es Lion Gate Films, Inc.

 

  

martes, 3 de diciembre de 2013

La nada cotidiana, de Zoé Valdés




La nada cotidiana
de Zoé Valdés

Jesús Guerra

La narradora y protagonista de la novela cubana La nada cotidiana tiene dos nombres. El que le pusieron sus padres y el que eligió ella misma. El primero es Patria, porque nació casi el 1 de mayo de 1959, recién estrenada la Revolución. Su madre se encontraba en un mítin multitudinario escuchando al Comandante cuando sintió los dolores de parto, la sacaron cargada entre varios hombres y el mismísimo Che «le puso la bandera cubana en la barriga». Con la emoción del nacimiento de la hija y de la Revolución, sus padres le pusieron Patria, que en esos momentos esperanzadores parecía tener sentido.

Para cuando Patria es ya una joven, debido a la exigencia de un hombre, quien luego sería su marido y al que sólo menciona como «el Traidor», ella se cambia el nombre y se pone Yocandra. En el texto no hay explicaciones para este nombre que podría no querer decir nada y que es tan extraño como muchos de los nombres que utilizan los cubanos hoy en día, sin embargo es posible que este nombre sea la mezcla de Yocasta y Casandra, dos personajes femeninos de la mitología griega.

Hay otros dos hombres importantes en la vida de Yocandra, además de su padre y «el Traidor»: «el Nihilista» y «el Lince», y una mujer particularmente importante, además de su madre, nombrada como «la Gusana», su mejor amiga.

Estructuralmente la novela no es, digámoslo así, una narración tradicional, pero la experimentación narrativa queda ingeniosamente oculta, en su mayor parte, por una prosa bastante directa, en general, aunque por momentos se torna compleja, que permiten realizar una lectura sin complicaciones, salvo quizá las lingüísticas, pues el texto contiene muchas palabras del habla cubana.  

 
Edición en francés


Yocandra y Zoé Valdés nacieron el mismo año, así que ambas tienen la edad de la revolución cuabana. Esto no quiere decir que la novela sea del todo autobiográfica en cuanto a las anécdotas narradas, pero sí lo es en cuanto a la visión de Cuba y de La Habana, a los recuerdos generacionales, a las vivencias del cubano común, al día a día de la población. La nada cotidiana fue publicada primero en Francia, en 1995; por este dato y por algunas referencias culturales que ofrece la obra inferimos que los hechos fundamentales de la cotidianeidad de la joven Yocandra suceden entre fines de los años 80 y principios de los 90. Para esos momentos, y ya desde mucho antes, la desesperanza de los cubanos estaba muy generalizada, y más si tenemos en cuenta el agravamiento de los problemas económicos de la isla a partir de la disolución de la Unión Soviética. Los problemas para conseguir lo fundamental en Cuba, comenzando por comida y medicamentos, que se extiende a todo lo demás, a la vida diaria, a la desgana laboral, al absurdo de la burocracia, a los apagones constantes, a la visión de la realidad, al estado de ánimo, son expuestos con una feroz ironía por la autora a través de su narradora, Yocandra.

Los recuerdos, la nostalgia, los deseos, los sueños, los placeres, el dolor, los amores, la música, la literatura, la desesperanza, la frustración, la traición, la decepción y mucho más está ahí, en La nada cotidiana, en una especie de monólogo interior que es narración, escritura, oralidad, en presente y en pasado; y a pesar de la dureza de algunas de las escenas, hay un espléndido sentido del humor que nos permite carcajearnos en medio de tan ingratas experiencias.

«Ella viene de una isla que quiso construir el paraíso». Con esa misma línea comienza y termina la novela. Circular. Autocontenida y desbordante, como el mar que obsesiona a Yocandra.





Las interacciones de personajes de diferentes edades y de diversas condiciones culturales nos permite enfrentarnos a una panorámica general: los padres de Yocandra, por ejemplo, representan a los cubanos que vivieron la Revolución. Y sus diferencias culturales (la madre de la narradora había estudiado Historia del Arte en tanto que su padre era campesino) se enfrentan en una escena desoladora en el momento en que reciben una casa que había pertenecido a un escultor que se fue del país al triunfo de la Revolución. Están representados también el artista censurado, el intelectual arribista, la jinetera, el cubano promedio que sufre los obstáculos de la burocracia kafkiana, el cubano que se queda y su desesperanza, el cubano que se va y su nostalgia.

A continuación algunos subrayados que hice en la novela, frases representativas de la obra:

«Tiene hambre y nada que comer. Su estómago comprende muy bien que debe resistir. En su isla, cada parte del cuerpo debía aprender a resistir. El sacrificio era la escena cotidiana, como la nada». (p. 14)

«Esa isla que, queriendo construir el paraíso, ha creado el infierno. Ella no sabe qué hacer. ¿Para qué nadar? ¿Para qué ahogarse?» (p. 19)

«Era el momento del célebre lemita, que tantos estragos profesionales produjo, de que "la vocación no existe, la vocación es el deber cumplido"». (p. 49)

«Vivir en el exilio aguza el estado onírico». (p. 139)

«¿Sabes cuánto pagué a un colero por dos pizzas? Ciento veinte pesos, sesenta cada una. Menos treinta pesos, es mi salario de un mes... Y el queso no es queso, es preservativo chino derretido». (p. 156)


Zoé Valdés
Nació en La Habana, el 2 de mayo de 1959. Ha escrito poesía, novela, ensayo y guión cinematográfico. Vale la pena apuntar que está casada con un cineasta, Ricardo Vega. Sus primeros tres libros, dos de poesía y su primera novela, los publicó en Cuba. Fue diplomática cultural de su país en Francia en los años 80, luego en Cuba fue subdirectora de la revista Cine-Cubano, de 1990 a 1994. En 1995 fue a París, invitada a unas jornadas culturales, y se quedó a vivir ahí junto con su marido. En 1997 adquirió la ciudadanía española.

Es colaboradora de numerosas revistas y algunos diarios, tanto en España como en Francia. En España, por ejemplo, colabora con El País, El Mundo, El Semanal, Qué Leer, Elle, Vogue. En Francia escribe en Le Monde, Libération, Le Nouvel Observateur, Beaux Arts y Les Inrockuptibles.


Entre los títulos de las obras de Zoé Valdés, se encuentran: Respuestas para vivir (poesía, Letras Cubanas, Las Habana, 1986); Todo para una sombra (poesía, Taifa, 1986); Sangre azul (novela, Letras Cubanas, La Habana, 1993; Emecé, 1996); La hija del embajador (novela, Bitzoc, 1995); La nada cotidiana (novela, Actes-Sud, París, 1995; Emecé, 1996); Vagón para fumadores (poesía, Lumen, Barcelona, 1996); Cólera de ángeles (novela, Ediciones Textuel, 1996); Te di la vida entera (novela, Planeta, 1996); Los poemas de la Habana (poesía, Antoine Soriano, 1997); Café Nostalgia (novela, Planeta, Barcelona, 1997); Traficantes de belleza (cuentos, Planeta, Barcelona, 1998); Cuerdas para el lince (poesía, Lumen, Barcelona, 1999); Los aretes de la luna (infantil, Everest, León, 1999); Querido primer novio (novela, Planeta, Barcelona, 1999); El pie de mi padre (novela, Gallimard, Paris, 2000); Milagro en Miami (novela, Planeta, Barcelona, 2001); Breve beso de la espera (poesía, Lumen, Barcelona, 2002); Lobas de mar (novela, Planeta, Barcelona, 2003); Luna en el cafetal (cuento infantil, Everest, León, 2003); Los misterios de La Habana (cuentos, Planeta, Barcelona, 2004); La eternidad del instante (novela, Plaza & Janés, Barcelona; 2004); Bailar con la vida (novela, Planeta, Barcelona, 2006); La cazadora de astros (novela, Plaza & Janés, Barcelona, 2007); La ficción Fidel (ensayo novelado, Planeta, Barcelona, 2008); El todo cotidiano (novela, Planeta, Barcelona, 2010), y La mujer que llora (novela, Planeta, Barcelona, 2013).

Por algunas reseñas que he leído de algunas de sus novelas posteriores, al parecer, como casi todos los escritores, Zoé Valdés es una autora irregular, que escribe un muy buen libro y el siguiente puede ser mediocre, pero el siguiente puede ser bueno de nuevo. Eso es muy común, es muy difícil mantener el mismo nivel de calidad en todas las obras, aunque por supuesto hay autores que lo logran. Pero esto, lo repito, es sólo una impresión que tengo de algunas reseñas leídas. Lo que sí sé es que se me antoja leer algunas otras novelas suyas. Ahora bien, Zoé Valdés es una escritora muy traducida a diversas lenguas, y también muy galardonada.

Entre los premios que ha recibido se encuentran: Premio de Poesía Roque Dalton y Jaime Suárez Quemain por Respuestas para vivir (1982); Accésit al Premio Carlos Ortiz de Poesía por Todo para una sombra (1985); Premio Coral al mejor guion cinematográfico inédito por Vidas paralelas en el XII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (1990); Premio de Novela Breve Juan March Cencillo por La hija del embajador (1995); Finalista del Premio Planeta con Te di la vida entera (1996); Premio Liberatur (Fráncfort del Meno) por La nada cotidiana (1997); Orden de las Artes y las Letras, en Francia (1999); Premio Fernando Lara de Novela por Lobas de mar (2003); Premio de Novela de la ciudad de Torrevieja por La eternidad del instante (2004) y Premio Azorín por La mujer que llora (2013).

En una entrevista con Zoé Valdés que encontré en Internet, encontré una respuesta muy interesante acerca de su literatura. Dice:

«Yo no escribo novelas para hacer semblanzas con lo que pasa en Cuba. Yo escribo la historia de personajes que hablan de Cuba porque el contexto es cubano, pero no me impongo dar, cada vez, a algún personaje, una carga ideológica, política o de significación de ese tipo. No. Es una historia que cuento, como tantos escritores cuentan historias que podrían, también, ser inspiraciones para el lector, pero no me lo impongo.»

Y más adelante, en esa misma entrevista, le pidieron que definiera su propia literatura, y ella respondió lo siguiente:

«No podría hacerlo. Sería impropio que me definiera a mí misma. Mi literatura tiene que ver mucho con la libertad y la vida. Son las dos palabras que más me interesa que definan mi obra: libertad y vida».

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La nada cotidiana. Zoé Valdés. Quinteto-Salamandra. Barcelona. 2002. 186 págs.