Terremoto: la falla de San Andrés
(San Andreas, EEUU, Australia, 2015)
de Brad Peyton
Jesús Guerra
Ray (Dwayne Johnson) es rescatista en Los Ángeles. Pilotea
un helicóptero. Lo vemos en acción para que sepamos qué tan bueno es en lo que
hace. Cuando llega a su casa en el correo encuentra los papeles que debe firmar
para consumar su divorcio, pero por supuesto aún ama a su mujer, Emma (Carla
Gugino), a la cual perdió por no ser capaz de abrirse y mostrarle su dolor ante
la pérdida de una de sus dos hijas, la cual murió en un accidente. Su otra
hija, Blake (Alexandra Daddario) le llama para pedirle que le lleve unas cosas
que olvidó en casa. Ray se las lleva a la casa del novio de su ex mujer. Ahí se
entera que Blake tendrá que ir a Seattle por asuntos de la universidad, pero
que su próximo padrastro, Daniel (Ioan Fruffudd) la llevará en su avión
privado, aunque antes llegarán a San Francisco por un asunto que tiene que
arreglar.
Por otra parte, vemos a un sismólogo llamado Lawrence (un
muy desperdiciado Paul Giamatti) que va con un asistente al vecino estado de
Nevada para confirmar que su nuevo sistema es capaz de predecir los sismos y su
magnitud (aunque en realidad con muy poco tiempo de anticipación). Ahí los microsismos
se convierten en un sismo fuerte, y Lawrence se entera, entonces, que el
siguiente gran sismo es inminente y golpeará a Los Ángeles.
Ray se encuentra volando el helicóptero sobre Los Ángeles cuando
el sismo comienza en la ciudad. Su mujer está en una torre del centro y su hija
en otra torre en San Francisco...
Al igual que las películas de terror, que nos permiten
sentir la emoción del miedo sin encontrarnos realmente en una situación de
peligro, natural o sobrenatural, los filmes de desastres nos permiten
experimentar qué sería y cómo se verían las cosas si nos encontráramos en una
situación catastrófica, sin tener que experimentarla. Las cintas de desastres
tienen otra función: luego de lo visto en la pantalla, salimos del cine
sintiendo que nuestra vida no es tan terrible o problemática como pensábamos;
es una puesta en perspectiva instantánea: ¿qué significan nuestros problemas
personales en comparación a una posesión satánica o a que toda la ciudad se caiga
a nuestro alrededor? Esto es lo único que puede explicar la fascinación que
tiene el cine de Hollywood por los desastres naturales como espectáculo. Y a
medida que la tecnología cinematográfica avanza, crece la destrucción. La ruina
mostrada en la película Terremoto de 1974 (Mark Robson) es nada, con
todo y sus efectos de sonido que hacían vibrar las salas de cine, comparada con
la de Terremoto: la falla de San Andrés, debido no a la imaginación de
los cineastas sino a sus posibilidades técnicas, que han avanzado bastante en
40 años.
Sin embargo, esa cinta del 74, aunque también es muy mala,
estaba hecha, al igual que la mayor parte de las cintas de desastres, a partir
de muchas microhistorias; muchos personajes nos mostraban algunos de los destinos
posibles en el caso de una catástrofe: los que morían en el momento del
desastre, los que ayudaban a otros, los que quedaban heridos, los que
desaparecían, los que no entendían lo que sucedía, los que aprovechaban la
situación para su beneficio, y un largo etcétera. La falla de San Andrés
no lo ha hecho así, ha mezclado el cine de catástrofes con el cine de acción y
el resultado es, literalmente, desastroso, por una sencilla razón: el héroe de
la película es un héroe de la «vida real», Ray es rescatista, lo cual impide,
de entrada, que los espectadores comunes y corrientes podamos identificarnos
con el personaje central. Las películas de catástrofes son realistas por lo
tanto nuestra identificación tiene que ser, más o menos, en el plano realista.
(En las películas fantásticas la dinámica cambia y la identificación se da no a
partir de lo que somos sino de lo que quisiéramos ser.)
Para colmo de males, Ray, que es rescatista profesional,
no rescata a nadie más que a su esposa y a su hija, y todo lo demás carece de
importancia aunque literalmente el mundo se caiga a su alrededor. Al no tener
más puntos de referencia, la cinta pierde su dimensión humana. Los Ángeles y
San Francisco quedan destruidas, y de hecho son destruidas ante nuestros ojos,
pero la cinta queda reducida a un catálogo de efectos digitales de edificios en
demolición, y eso, si bien es fascinante por un rato, termina por aburrirnos,
porque en una película los efectos ayudan a la historia, no se construye una
historia para mostrar efectos. La historia, el argumento, es lo que nos
interesa en realidad, y eso es algo que, sorprendentemente, se les olvida a
muchos cineastas.
Como esta película tiene un argumento mínimo, entonces los
cineastas nos doblan y luego triplican la dosis de efectos y de catástrofes, a
ver si así salimos satisfechos: no sólo hay un gran terremoto, hay dos, y el
segundo es todavía peor, y de postre un tsunami en San Francisco. ¿Cuántos
muertos hubo? ¿Millones? Pues nosotros no los vimos. Nos perdimos esas
historias, porque el director estaba muy entretenido mostrándonos sólo una
persona que estaba ahogándose... ¿y para contarnos esa historia tuvo que
destruir todo San Francisco? Y ya no hablemos de las casualidades milagrosas,
ni de la música grandilocuente, ni…
. . . . . . . . . . . . . . .
Terremoto: la falla de San Andrés (San
Andreas). Dirección: Brad Peyton.
Guión: Carlton Cuse. Argumento: Andre Fabrizio y Jeremy
Passmore. Música: Andrew Lockington. Fotografía: Steve Yedlin. Edición: Bob Ducsay. Diseño de producción: Barry Chusid. Con: Dwayne Johnson, Carla Gugino, Alexandra
Daddario, Ioan Gruffudd y Paul Giamatti, entre otros. Países: Estados Unidos y Australia. 114 minutos.
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