viernes, 18 de noviembre de 2016

Coordenadas para encontrar a Leonard Cohen




Coordenadas para encontrar a Leonard Cohen

Marlén Curiel-Ferman

En el mundo hay muchas palabras difíciles de definir. El día de hoy únicamente vengo a traerles dos de ellas: poesía y hombre.

Ahora que el mundo ha olvidado la capacidad de sentir la poesía, ahora que el mundo cada vez se asume menos hombre (entendiéndose bajo la primera acepción, la que hace referencia a la humanidad), resulta un caso trillado, incluso de una cursilería mal acomodada para un siglo que no tiene ganas de llorar por lo realmente conmovedor ni de reír por aquello que nos devasta. No vengo, pues, a contarles lo que para mí significa poesía u hombre. Eso ya lo definió Leonard Cohen.




El problema es que desde hace una semana que ya no está.

No lo hemos podido localizar debajo de nuestros LPs, donde salía joven, medianamente apuesto y sumamente tímido, a veces una guitarra, a veces una mujer (implícita o explícita), a veces senderos, corazones o bastones; pero siempre un par de ojos de felino tranquilo, como flotando en las aguas de los mantras que él ya conocía mucho antes de haberse ido por la filosofía budista. Tampoco lo hemos podido localizar en algo que llamamos nostalgia, ni en su buque grandísimo, que se amplía a placer entre más tiempo nos recorren los vientos de todos los tipos; no está, les juro, en la idea que tenemos del amor, de la soledad, de la miseria entre la risa pasajera, de la sexualidad, de las ciudades que respiran como un pulmón enfermo que seduce al más inocente para robarle su paz.

Leonard Cohen tampoco está en los diarios que todos leímos junto a él mientras cantaba «In my secret life» y recordaba la isla de Hydra, donde plantó semillas que luego fueron Flores para Hitler (1964) y proyectó a Lorca y Adam, sus hijos que le siguieron la pista, ya fuera desde la lente o desde una guitarra.

Leonard Cohen, les aseguro, no está más. Queda su obra, su maravillosa obra compuesta por nueve poemarios, dos novelas, catorce álbumes de estudio, ocho álbumes en directo, cuatro álbumes recopilatorios y cinco más de homenaje. Hace unos días se dice que vieron pasar a «So Long Marianne» vestida de una juventud confundida ahora que no está su creador, el único que podía revivirla con su voz, sin importar que ya tuviera 70 años. Dicen también los que presenciaron la marcha que hubo un debate para elegir la canción adecuada a la partida de su hombre: «A Singer Must Die» (incluida en su fabuloso álbum New Skin for the Old Ceremony de 1974), «Hallelujah» (que se encuentra en su disco Various Positions de 1984), «If It Be Your Will» (también del disco anteriormente citado). Sus mujeres todas, las reales, las imaginarias, las coristas, las de viento, las agradecidas, las escritas y cantadas, decidieron que era mejor entonar el último verso, «Estoy preparado, mi Señor», que aparece en su último álbum, You Want It Darker, publicado apenas un mes antes de su muerte.




Hicieron bien. Leonard Cohen es el real exponente de la evolución correcta del poeta: nació para expresarse, escribió en su juventud para remorderse y torturarse, la métrica muy visible, casi como su corazón de vulnerable inocencia dramática; llegó a la etapa de la madurez con la métrica escondida en los pliegues de la cara, anteponiendo mejor el estoicismo a veces amargo que sedujo a todos y a tantos, especialmente a la vida, que limpió sus versos hasta volverlos sencillos, más claros y diáfanos que nunca. Cohen estaba preparado para hablar directamente con la gente sin la crudeza del político ni la zalamería del sacerdote. Cohen, pues, se volvió gurú de sí mismo, de la verborrea que permea entre los poetas jóvenes y los no tan jóvenes que insisten en sufrir sus textos y, por lo tanto, apagar la poesía. Cohen se volvió después en el gurú de los que también han buscado a ciegas. First We Take Manhattan, Then We Take Berlin… Primero tomó su poesía, luego tomó la poesía de los otros. Y lo hizo por los cuernos. Y desbarató los quinqués del decimonónico y escribió signos de niño sobre las vanguardias. Había que reírse pero no burlarse. Había que seguir sin intentar ser seguido.

Para cuando lo agarró el crepúsculo, Cohen ya estaba en la línea recta hacia el silencio. Eso es lo que pasa con el poeta: encuentra la luz y el sonido en el silencio. No tiene más nada qué decir, pues sabe que la flor y el fango tienen su canción propia. Leonard se dedicó a filosofar, a rezar sus mantras con su voz de terciopelo y roble, prueba de ello son sus últimas canciones, en donde ya no cantaba. Cohen se volvió un maestro de la oración. Y luego fue otra vez niño, y luego abrazó al silencio.

Dicen que sufrió una caída la noche previa a su muerte. Sus versos saben que no, que simplemente fue un ejercicio, el último, de ejercer la humildad. Besó la tierra. Luego, partió.

Es muy probable que ahora que murió nos preguntemos: ¿Por qué a él no le dieron también el Nobel? ¿Habrá decidido irse ahora que Trump fue electo y es casi seguro que nos seguirán tiempos agrestes para la poesía?




La cosa es sencilla de responder. A Cohen poco le importaban este tipo de asuntos. Se ganó el Príncipe de Asturias en 2011. Los gobiernos, al menos en sus territorios creativos, poco lo asustaban.

Leer y oír a Cohen se vuelve entonces una constante que no debería dejarse de lado. No porque un día vayamos a un café y podamos hacer gala de los poemas que memorizamos (para qué, en todo caso). Tampoco porque, tras leerlo u oírlo vayamos a escribir igual que él. En este mundo nada se repite, todo se emula.




Leer y oír a Cohen es esencial para aprender de su tratado (construido sin querer) de pureza y honestidad. Se necesitan dosis enormes para comprendernos ahora que nos quedamos muy solos, cada vez más solos, con nuestras máscaras y circos mediáticos al por mayor. Se necesita a un maestro como Leonard para entender lo que es ser hombre. «I’m Your Man». Y sí, él es de los pocos que alcanzó este estadío.

. . .

[Me acaban de decir que por fin encontraron a Leonard Cohen. «Canten “Dance Me to the End of Love”, ése es el camino», me susurraron ciertos versos. El amor es el camino. El silencio, su resolución en este mundo].





No hay comentarios.:

Publicar un comentario