La casa de las bellas durmientes
de Yasunari Kawabata
Jesús Guerra
Una de las obras más conocidas en español del Premio Nobel de
Literatura de 1968, el japonés Yasunari Kawabata (1899-1972), es su novela
corta La casa de las bellas durmientes, publicada en Japón en 1961, y en
español en 1978, seis años después de fallecido el autor, con traducción de
Pilar Giralt. La novela explora un tema incómodo para la sociedad: la
sexualidad de los ancianos (tema, extendido también al amor, que ha explorado
en nuestro ámbito Gabriel García Márquez —asimismo Premio Nobel de Literatura—,
con El amor en los tiempos del cólera [1985] y con Memoria de mis
putas tristes [2004], esta última inspirada y homenaje a La casa de las
bellas durmientes, de Kawabata).
Al anciano Eguchi, de 67 años, un amigo de mayor edad —el viejo Kiga—
le habla de un lugar que frecuenta, un negocio secreto y especial, al que van
los ancianos a dormir con muchachitas. Literalmente a dormir. A pasar la noche
acostados junto a mujeres jóvenes desnudas y narcotizadas. La mujer que atiende
el lugar se lo dice a Eguchi en su primera visita, y éstas son las primeras
líneas de la novela (mismas que García Márquez utiliza como epígrafe de Memoria
de mis putas tristes): «No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al
anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la
muchacha dormida ni intentar nada parecido». Suena del todo inocente y del todo
perverso, simultáneamente.
La mujer de la posada está convencida, o quizá sólo lo aparenta, que
su clientela es muy selecta y de buen gusto. Al parecer sus clientes, o la
mayoría, puesto que no es el caso de Eguchi, han perdido su capacidad sexual,
pero no su deseo, y les basta con dormir con jovencitas desnudas. Esto de alguna
manera los rejuvenece, los pone de buen humor, y los ayuda a tener sueños
placenteros. Y para ayudarlos a dormir, si es que lo necesitan, la posadera
deja dos somníferos del lado de la cama de los clientes.
Eguchi es el primer sorprendido de encontrarse en ese lugar cuando va
por primera vez. Se deja llevar por su curiosidad. Aunque se siente viejo, sabe
que él no está en las mismas condiciones de lo que supone debe de ser el común
de los clientes de esa posada secreta. Él, utilizando sus propios términos, «no
ha dejado de ser hombre», aunque siente que ese momento está próximo.
¿Que hace Eguchi una vez que se encuentra en la recámara, en donde ya
está en la cama una joven dormida? Hace varias cosas pero, sobre todo, piensa y
recuerda. Él mismo no sabe muy bien por qué, pero la proximidad de la joven
desnuda y dormida, a su lado en la cama, lo lleva a recordar a varias mujeres
de su pasado. Quizá esto es parte del rejuvenecimiento. Recuerda mujeres de las
que no se ha acordado en cuarenta años. Y también se pregunta, al igual que los
lectores, ¿qué hacen los otros ancianos cuando se encuentran en la misma
situación en la que se encuentra Eguchi?
La mujer de la posada le pide en su primera visita que no intente
despertar a la chica. Por supuesto, Eguchi lo intenta, pero la joven no
despierta. Y lo intenta porque siente repentinamente el deseo de escuchar la
voz de la mujer. En realidad, lo que quiere es que la joven se dé cuenta de su
propia presencia. Pero eso tendría diversos inconvenientes. Lo entiende Eguchi
y lo sabe muy bien la mujer que atiende el negocio, la casa secreta.
Al anciano Eguchi le repele y le gusta esa extraña situación en la que
se encuentra cuando va al establecimiento. Siente que es un último recurso para
viejos que han perdido toda su capacidad amatoria, condición en la que él aún
no se halla en ese momento —quizá se engaña—. Sin embargo lo desconciertan y le
dan mucho placer algunas de las consecuencias de sus visitas, como la
recuperación de momentos olvidados, producidos por el tacto y la vista, pero
sobre todo por el olfato. En unas ocasiones Eguchi quisiera dormir con ese
sueño cercano a la muerte de las jóvenes de la casa secreta y hasta le pide a
la mujer de la posada que le dé a él también el mismo potente somnífero que a
las muchachas (por supuesto la mujer le dice que no, que eso es peligroso para
los ancianos), y en otras quisiera permanecer despierto toda la noche…
Edición en inglés |
La novela está escrita con una gran sutileza y elegancia. Pasa de los
momentos del presente, en donde se nos describen algunos de los detalles de las
noches de Eguchi en la casa de las bellas durmientes, al pasado, en especial a
las mujeres de su pasado. Es un texto muy bello y contenido —aunque Eguchi por
momentos piense cosas como «Si la estrangulara, ¿qué clase de fragancia
despediría?»— que muestra también lo terrible de la decadencia física. El viejo
amigo de Eguchi «Dijo que acudía allí cuando la desesperación de la vejez le
resultaba insoportable». Y el propio
Eguchi, estando con una de las jóvenes «Sintió una oleada de soledad teñida de
tristeza. Más que tristeza o soledad, lo que le atenazaba era la desolación de
la vejez». Por una parte este relato es erótico y hasta pícaro y tierno, por
otra es muy triste, pero no hay tremendismo. Las cosas son como son. Lo
interesante, entonces es la yuxtaposición de estos dos elementos, la conciencia
y la desesperación de la vejez y el erotismo. Vargas Llosa, en el ensayo que le
dedicó a esta novela en su libro La verdad de las mentiras, apunta: «La
casa de las bellas durmientes no es una obra de estirpe puritana, uno de
esos "exiemplos"
medievales llenos de feroces acoplamientos para mostrar el horror del pecado.
Nada de eso: es un relato en el que el erotismo —es decir, el amor físico
enriquecido por la fantasía y el arte de la ceremonia— desempeña un papel
capital.»
El texto termina de manera abrupta, al igual que las otras pocas narraciones
que he leído de Kawabata. He leído que era una costumbre suya con el objetivo
de eliminar cualquier interpretación de una posición moral. Es decir, el autor simplemente contaba una
historia. Sin moraleja... las cosas son como son.
El libro en español contiene otros dos relatos cortos: Un brazo y Sobre pájaros y animales, que a mí la verdad no terminan de
gustarme, y menos comparados con la novela que da título al libro.
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La casa de las bellas durmientes. Yasunari Kawabata. Traducción de Pilar Giralt. Ediciones
Orbis (con la traducción cedida por Luis de Caralt Editor). 156 págs. Hay una edición
de Emecé, en la colección Lingua Franca, la cual, creo, tiene la misma
traducción.
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