Código de
honor
(School
Ties, EEUU, 1992)
de Robert Mandel
Jesús
Guerra
El
joven David Greene (Brendan Fraser) se pelea a golpes en su pueblo para
defenderse a sí mismo, a su familia, a su raza y a su religión cuando insultan
a los judíos. Pero no sólo es fuerte, valiente y orgulloso, es también
inteligente, educado, consciente de las cosas y, sobre todo, un espléndido
jugador de futbol americano. Debido a sus habilidades en este deporte es becado
por un colegio de niños ricos y, gracias a este paso, David podría ingresar ni
más ni menos que a (fanfarrias, por favor)… ¡Harvard! ¡Guau, qué increíble es
la vida!, ¿verdad?
El
entrenador responsable de su beca, de origen humilde, le da un consejo cuando
David llega al colegio: que no dé más información de la necesaria. Pronto se
hace de un grupo de amigos, pero se da cuenta del concepto que estos muchachos nice tienen de los judíos. Es obvio que
no menciona su raza-religión. Asiste a las ceremonias cristianas junto con el
resto de los estudiantes. Las cosas marchan bien, el equipo de su escuela
comienza a cosechar triunfos gracias a él, y conoce a Sally Wheeler (Amy
Locane), el prototipo de la niña rica buena onda… aunque todo tenga sus
límites… Ya se dará cuenta el propio David.
Sí,
todo tiene un límite, comenzando por la “bondad” de la escuela en la que
estudia: mientras los muchachos de la buena sociedad comen a gusto, David y el
resto de los becados tienen que fungir como meseros. Pero de ahí en fuera “no
hay diferencias”, o eso parece. Un día, un maestro enloquecido le provoca una
crisis nerviosa a uno de los muchachos. El problema: el nivel de la escuela es
muy alto, y muchos de esos muchachos simplemente no pueden alcanzarlo; lo peor
es, por supuesto, la presión familiar: si sus abuelos, sus padres y sus
hermanos mayores pudieron, ellos simplemente tienen que poder, y cuando no:
¡pum!, les estallaba la cabeza.
En
una conversación con uno de sus supuestos amigos, Charlie Dillon (Matt Damon),
David se entera de estas cosas. Un día —le cuenta Dillon—, un muchacho se
suicidó porque no pudo entrar a Harvard. David no lo puede creer, dando
respuestas razonables. Dillon, sin embargo, le dice cómo están las cosas. A
Dillon lo respetan —lo dice él mismo— debido a su apellido, y ese es el motivo
por el que Dillon le confiesa a David que lo envidia: por su libertad. Todos
ellos son unos muchachos dóciles porque, cuando salgan de ahí, gracias a las
amistades sembradas en el ámbito universitario y también a las conexiones
familiares, estarán en la cúspide, serán parte de la élite del país. A cambio
de la docilidad está la “buena vida”. David, que en estos momentos aún está
medio ciego, dice que eso no es posible, que a la gente le importa la gente, no
sólo los nombres.
Acto 2, demostración del
autoengaño: Los problemas llegan por el propio Dillon. Este es un
muchacho frustrado por su propia mediocridad y está medio vencido por el peso
de sus responsabilidades sociales y familiares. Dillon trata a su prima Sally
como si fuese su novia. Pero a Sally le gusta David, así que, un día, Sally se
ve en la necesidad de aclararle las cosas a Dillon, quien se siente traicionado
por David (además del hecho de que David ha sido becado para jugar en la
posición que supuestamente le correspondería a él).
Con
el rencor y el resentimiento como motor, Dillon logra enterarse de que David es
judío, y lo divulga en la escuela. De inmediato comienzan los comentarios y las
actitudes racistas: una bandera nazi puesta sobre su cama, estornudos que en
lugar de sonar “achú” suenan “a/jew” (un judío). La élite juvenil comienza a
desplegar su poder sobre “el otro”.
Sally-la-buena-onda
deja de serlo, pues sus amigas la tienen harta con chistes tarados aprendidos
de sus tarados y prejuiciosos padres. Le llega el aislamiento a David, aunque
eso no es lo peor. En un examen, David ve que Dillon hace trampa (en Harvard también
usan acordeón), pero en ésa, la “mejor preparatoria del país” se firma antes de
cada examen el famoso “Código de Honor”, por el cual los muchachos se
comprometen a no hacer trampa y, además, a acusar de inmediato a quien vean
romper tal código.
David
ve a Dillon con el acordeón y no dice nada. Hay otro muchacho que también lo
ve… y tampoco dice nada. El problema es que el mediocre Dillon comete la
estupidez de dejar caer la evidencia. Así, el maestro se da cuenta que ha
ocurrido una violación al código; les dice a los muchachos que arreglen las
cosas entre ellos y, de no aparecer el culpable, toda la clase será castigada.
El pánico se adueña del grupo y, tal como ocurre en la guerra, comienzan a
acusarse unos a otros, hasta que la culpa recae sobre el judío. Me reservo lo
que sigue, pero creo que era importante que contara todo lo anterior.
Este
filme, realizado por Robert Mandel,* está dirigido muy sobriamente. Ubicado a
principios de la década de los 50, emplea los tonos de café como símbolo de la
elegancia de la élite, y nos muestra los mecanismos del racismo basado en los
prejuicios. Si los afroamericanos son “diferentes” por el color de su piel, los
judíos son “otra cosa” para esta clase social: las razones para afirmarlo así
surgen a partir de su religión oficial y a partir de cientos de conjeturas
prejuiciosas, extrañas, vagas, insulsas, bobas. Sin embargo, esta cinta cae del
lado de la parcialidad, con el objetivo de dejar bien claro lo que quiere
transmitir. De nuevo, el claroscuro: David es guapo, inteligente, fuerte,
valiente, orgulloso de su raza y, para colmo, el mejor jugador del equipo
escolar; todos (o casi todos) los demás son mezquinos, mediocres, bobos,
inseguros, cobardes y débiles. Si bien la caracterización tiene su razón de
ser: quienes han sido victimizados, con el tiempo se endurecen, mientras que
quienes lo tienen todo se debilitan ante su miedo a perder lo que ya tienen y
son. Tendría que haber existido más de uno que fuese, por lo menos, ligeramente
inteligente. No obstante, la película funciona. Por cierto, póngale atención a
la espléndida música de Maurice Jarre.
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Las reseñas de la sección Cine de Hoy
(2001-2010), y muchas de Cine de Ayer
(1971-2000), salvo aclaración, fueron escritas en las fechas del estreno en
México de esas obras, en salas de cine o en video, y son publicadas aquí (más o
menos) como fueron publicadas en su momento en medios impresos de Coahuila.
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Actualización:
Robert
Mandel dirigió, antes de Código de honor,
Independence Day (1983), F/X (1986), Touch and Go (1986) y Big
Shots (1987), y después de la película comentada aquí, sólo The Substitute (1996) para cine. Sin
embargo, ha dirigido varias películas para televisión, y capítulos para varias
series de televisión, entre ellas el capítulo piloto de X-Files (1993). Por algún motivo prefirió quedarse en ese medio. Código
de honor es la película que lanzó las carreras de los entonces actores jóvenes:
Brendan Fraser, Matt Damon, Ben Affleck, Cole Hauser y Chris O’Donnell.
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Código
de Honor (School
ties). Dirección: Robert Mandel. Guión: Dick Wolf y Darryl Ponicsan, basado en una historia original
de Dick Wolf. Fotografía: Freddie
Francis. Edición: Jacqueline Cambas y
Jerry Greenberg. Diseño de producción:
Jeannine Oppewall. Música: Maurice
Jarre. Con: Brendan Fraser, Matt
Damon, Chris O’Donnell, Ben Affleck, Cole Hauser y Amy Locane, entre otros. País: EEUU. 1992. 106 minutos.
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