sábado, 30 de enero de 2016

Código de honor, de Robert Mandel





Código de honor
(School Ties, EEUU, 1992)
de Robert Mandel

Jesús Guerra

El joven David Greene (Brendan Fraser) se pelea a golpes en su pueblo para defenderse a sí mismo, a su familia, a su raza y a su religión cuando insultan a los judíos. Pero no sólo es fuerte, valiente y orgulloso, es también inteligente, educado, consciente de las cosas y, sobre todo, un espléndido jugador de futbol americano. Debido a sus habilidades en este deporte es becado por un colegio de niños ricos y, gracias a este paso, David podría ingresar ni más ni menos que a (fanfarrias, por favor)… ¡Harvard! ¡Guau, qué increíble es la vida!, ¿verdad?

El entrenador responsable de su beca, de origen humilde, le da un consejo cuando David llega al colegio: que no dé más información de la necesaria. Pronto se hace de un grupo de amigos, pero se da cuenta del concepto que estos muchachos nice tienen de los judíos. Es obvio que no menciona su raza-religión. Asiste a las ceremonias cristianas junto con el resto de los estudiantes. Las cosas marchan bien, el equipo de su escuela comienza a cosechar triunfos gracias a él, y conoce a Sally Wheeler (Amy Locane), el prototipo de la niña rica buena onda… aunque todo tenga sus límites… Ya se dará cuenta el propio David.




Sí, todo tiene un límite, comenzando por la “bondad” de la escuela en la que estudia: mientras los muchachos de la buena sociedad comen a gusto, David y el resto de los becados tienen que fungir como meseros. Pero de ahí en fuera “no hay diferencias”, o eso parece. Un día, un maestro enloquecido le provoca una crisis nerviosa a uno de los muchachos. El problema: el nivel de la escuela es muy alto, y muchos de esos muchachos simplemente no pueden alcanzarlo; lo peor es, por supuesto, la presión familiar: si sus abuelos, sus padres y sus hermanos mayores pudieron, ellos simplemente tienen que poder, y cuando no: ¡pum!, les estallaba la cabeza.

En una conversación con uno de sus supuestos amigos, Charlie Dillon (Matt Damon), David se entera de estas cosas. Un día —le cuenta Dillon—, un muchacho se suicidó porque no pudo entrar a Harvard. David no lo puede creer, dando respuestas razonables. Dillon, sin embargo, le dice cómo están las cosas. A Dillon lo respetan —lo dice él mismo— debido a su apellido, y ese es el motivo por el que Dillon le confiesa a David que lo envidia: por su libertad. Todos ellos son unos muchachos dóciles porque, cuando salgan de ahí, gracias a las amistades sembradas en el ámbito universitario y también a las conexiones familiares, estarán en la cúspide, serán parte de la élite del país. A cambio de la docilidad está la “buena vida”. David, que en estos momentos aún está medio ciego, dice que eso no es posible, que a la gente le importa la gente, no sólo los nombres.




Acto 2, demostración del autoengaño: Los problemas llegan por el propio Dillon. Este es un muchacho frustrado por su propia mediocridad y está medio vencido por el peso de sus responsabilidades sociales y familiares. Dillon trata a su prima Sally como si fuese su novia. Pero a Sally le gusta David, así que, un día, Sally se ve en la necesidad de aclararle las cosas a Dillon, quien se siente traicionado por David (además del hecho de que David ha sido becado para jugar en la posición que supuestamente le correspondería a él).

Con el rencor y el resentimiento como motor, Dillon logra enterarse de que David es judío, y lo divulga en la escuela. De inmediato comienzan los comentarios y las actitudes racistas: una bandera nazi puesta sobre su cama, estornudos que en lugar de sonar “achú” suenan “a/jew” (un judío). La élite juvenil comienza a desplegar su poder sobre “el otro”.




Sally-la-buena-onda deja de serlo, pues sus amigas la tienen harta con chistes tarados aprendidos de sus tarados y prejuiciosos padres. Le llega el aislamiento a David, aunque eso no es lo peor. En un examen, David ve que Dillon hace trampa (en Harvard también usan acordeón), pero en ésa, la “mejor preparatoria del país” se firma antes de cada examen el famoso “Código de Honor”, por el cual los muchachos se comprometen a no hacer trampa y, además, a acusar de inmediato a quien vean romper tal código.

David ve a Dillon con el acordeón y no dice nada. Hay otro muchacho que también lo ve… y tampoco dice nada. El problema es que el mediocre Dillon comete la estupidez de dejar caer la evidencia. Así, el maestro se da cuenta que ha ocurrido una violación al código; les dice a los muchachos que arreglen las cosas entre ellos y, de no aparecer el culpable, toda la clase será castigada. El pánico se adueña del grupo y, tal como ocurre en la guerra, comienzan a acusarse unos a otros, hasta que la culpa recae sobre el judío. Me reservo lo que sigue, pero creo que era importante que contara todo lo anterior.




Este filme, realizado por Robert Mandel,* está dirigido muy sobriamente. Ubicado a principios de la década de los 50, emplea los tonos de café como símbolo de la elegancia de la élite, y nos muestra los mecanismos del racismo basado en los prejuicios. Si los afroamericanos son “diferentes” por el color de su piel, los judíos son “otra cosa” para esta clase social: las razones para afirmarlo así surgen a partir de su religión oficial y a partir de cientos de conjeturas prejuiciosas, extrañas, vagas, insulsas, bobas. Sin embargo, esta cinta cae del lado de la parcialidad, con el objetivo de dejar bien claro lo que quiere transmitir. De nuevo, el claroscuro: David es guapo, inteligente, fuerte, valiente, orgulloso de su raza y, para colmo, el mejor jugador del equipo escolar; todos (o casi todos) los demás son mezquinos, mediocres, bobos, inseguros, cobardes y débiles. Si bien la caracterización tiene su razón de ser: quienes han sido victimizados, con el tiempo se endurecen, mientras que quienes lo tienen todo se debilitan ante su miedo a perder lo que ya tienen y son. Tendría que haber existido más de uno que fuese, por lo menos, ligeramente inteligente. No obstante, la película funciona. Por cierto, póngale atención a la espléndida música de Maurice Jarre.

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* Las reseñas de la sección Cine de Hoy (2001-2010), y muchas de Cine de Ayer (1971-2000), salvo aclaración, fueron escritas en las fechas del estreno en México de esas obras, en salas de cine o en video, y son publicadas aquí (más o menos) como fueron publicadas en su momento en medios impresos de Coahuila.

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Actualización:
Robert Mandel dirigió, antes de Código de honor, Independence Day (1983), F/X (1986), Touch and Go (1986) y Big Shots (1987), y después de la película comentada aquí, sólo The Substitute (1996) para cine. Sin embargo, ha dirigido varias películas para televisión, y capítulos para varias series de televisión, entre ellas el capítulo piloto de X-Files (1993). Por algún motivo prefirió quedarse en ese medio. Código de honor es la película que lanzó las carreras de los entonces actores jóvenes: Brendan Fraser, Matt Damon, Ben Affleck, Cole Hauser y Chris O’Donnell.

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Código de Honor (School ties). Dirección: Robert Mandel. Guión: Dick Wolf y Darryl Ponicsan, basado en una historia original de Dick Wolf. Fotografía: Freddie Francis. Edición: Jacqueline Cambas y Jerry Greenberg. Diseño de producción: Jeannine Oppewall. Música: Maurice Jarre. Con: Brendan Fraser, Matt Damon, Chris O’Donnell, Ben Affleck, Cole Hauser y Amy Locane, entre otros. País: EEUU. 1992. 106 minutos.




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