sábado, 2 de enero de 2016

Un día de furia, de Joel Schumacher





Un día de furia
(Falling Down, EEUU, 1993)
de Joel Schumacher

Jesús Guerra

Joel Schumacher es un hábil artesano que ha dirigido algunas comedias interesantes, como El primer día del resto de nuestras vidas (St. Elmo’s fire, 1985), Los muchachos perdidos (The Lost Boys, 1987) o Cousins (1989), entre otras. Pero Un día de furia es otra cosa, es un film muy fuerte, sobre todo visto en su contexto: la Norteamérica de nuestros días. Por eso, desde su estreno en los Estados Unidos, esta película levantó una gran polémica: ¿es una cinta “políticamente correcta”?, ¿es racista?, ¿contra quién está?

El personaje principal —interpretado por Michael Douglas— se llama William pero de esto nos enteramos casi hasta el final del film, incluso en los créditos finales se le denomina D-FENS, que era su placa automovilística personalizada (y que suena igual que la palabra defense, es decir, defensa). Y defensa es lo que lo caracteriza, no sólo porque es un hombre paranoico (pero cómo no serlo en su medio, en una ciudad tan caótica como Los Ángeles) quien, además, trabajaba hasta hace un mes en una fábrica de misiles, esto es, trabajaba en la defensa de su país.



No quiero contar el argumento, sólo diré que esta cinta trata de un día bastante especial de un hombre blanco, clase media, (ex) trabajador de la defensa, que un día truena en medio de un embotellamiento de tránsito, abandona su auto y se lanza, a pie, hasta lo que él considera “su hogar” en Venice Beach, aunque en realidad es la casa de su exesposa, Beth (Bárbara Hershey) y de su hija Adele, quien, ese día precisamente, cumple años.

Pero una gran urbe como Los Ángeles no es fácil de cruzar sin una buena dosis de frustraciones, y Bill D-FENS es un hombre que explota con facilidad. Así, en su travesía por la ciudad, se va topando con una serie de obstáculos y se tiene que enfrentar, además, a una serie de gentes por cuestiones de “territorialidad”. ¿En qué momentos son “justificados” sus actos? Aquí el problema consiste en que el espectador tendería a identificarse con él (¿quién no ha fantaseado con tener una pistola en la mano para persuadir a un mesero necio o a un automovilista abusivo?), y es por eso que resulta tan importante la ambigüedad de esta cinta, la relatividad de las situaciones, porque, aunque el tipo está mal de la cabeza, también, desde algún punto de vista, este hombre tiene razón, o por lo menos en parte (como todos nosotros).



Bill trabajaba para un área nacional necesariamente paranoica: la defensa. Un departamento que se encarga de culpar al “exterior” por los problemas del país. Pero al recorrer la ciudad, Bill se percata de que los problemas nacionales son internos —pobreza, racismo, incomprensión de unos y otros grupos, ignorancia, corrupción, etcétera—. A Bill le sucede lo mismo en este día: culpa de todo al exterior, a “los otros”, pero sus verdaderos problemas son internos.

El “viaje” que Bill hace desde Pasadena a Venice (o sea, de un extremo a otro de Los Ángeles) es también la metáfora de su viaje interno, de las presiones “normales” extremas que lo conducen a los linderos de la locura; viaja de la tierra firme al mar, es decir, de bases en donde se puede estar de pie con seguridad hasta donde cualquiera se hunde.




La cuestión racial es particularmente importante: en esta cinta, en los Estados Unidos y, sobre todo, en California. Su explosión con el tendero coreano es justificada sólo desde el punto de vista económico, Bill juzga que el tendero lo está robando (pero significativamente la disputa es por minucias: 35 centavos de dólar), y sin embargo Bill se equivoca de registro y pasa a insultar al tendero por ser un inmigrante, por no hablar “correctamente” el inglés. Ése es un acto racista. Pero la pelea con los pandilleros chicanos ya no es racista, simplemente se defiende de un ataque por cuestiones de territorio —aunque también habría que ver las cosas desde la perspectiva de ellos: ¿qué está haciendo este blanco clasemediero, de camisa blanca y corbata en nuestro espacio?—. Tal vez, para disipar lo que podría verse hasta aquí como una justificación del fascismo de la clase media blanca norteamericana, Bill le deja muy claro al loco neonazi que cree identificarse con él que no son iguales, que a él no le interesa matar negros, sólo quiere ir a su casa, el lugar adonde él pretende regresar, en donde las cosas podrían ser como antes.

Si bien este film nos muestra cómo la clase media, nostálgica del pasado, no puede manejar el presente, no deja de ser interesante que Bill ataca a cada individuo con las armas de ellos mismos. A pesar de esa escena antifascista, la cinta podría ser vista como una justificación del fascismo anglosajón. Para recalcar que ésta no es la solución, que la clase media blanca, por nostálgica que se sienta, debe madurar, aprender a convivir con las otras razas y a manejar, también, sus deseos, el guionista, Ebbe Roe Smith, nos muestra un contrapunto interesante: el policía Prendergast (Robert Duvall). Él también es blanco, más o menos de clase media; él también trabaja en la defensa. Sin embargo, él sí se lleva bien con personas de otras razas (su mejor amiga es chicana), él sí tiene esposa (Bill añora a la suya), pero Prendergast la tiene que soportar, pues “no está manejando bien su menopausia”. Ambos hombres han perdido a una hija (pero el policía lo ha aceptado). Bill no trabaja porque lo han corrido, en tanto que Prendergast está a punto de jubilarse antes de tiempo (¿qué es esto, que el trabajo no lo es todo, o que siempre habrá otras alternativas?). Lo que uno añora con nostalgia, el otro lo acepta con resignación (el mismo policía dice: “Cada quien tiene su idea del paraíso”).



…Y es que Bill no sabe lo que quiere. Luego de amenazar al gerente imbécil del restaurante porque no le quiere servir un desayuno tres minutos después de la hora, Bill cambia de opinión y prefiere la comida. Aunque, claro, lo que le dan no es lo que le ofrecen. Bill representa al norteamericano a quien el American Dream le ha mentido —como a casi todos los estadounidenses—. Si Bill D-FENS cree en un principio que quienes lo roban y le disputan el territorio son los inmigrantes, los pobres (la clase inferior a él), al cruzar un club de golf de entrada restringida sólo para sus miembros, se da cuenta de que también los blancos ricos de su país le disputan el territorio. Efectivamente, demasiada realidad en un solo día.

La película nos presenta los hechos, pero las reacciones son personales. Dependen de nuestra capacidad para soportar la frustración, así como de nuestra “propia idea del paraíso”.

Aunque es netamente norteamericana, las cosas aquí son diferentes: pese a que está filmada en la ciudad cinematográfica por excelencia y sus actos ocurren en dicha ciudad, lo que vemos aquí es totalmente “el otro L.A.”

. . . . .

* Las reseñas de la sección Cine de Hoy (2001-2010), y muchas de Cine de Ayer (1971-2000), salvo aclaración, fueron escritas en las fechas del estreno en México de esas obras, y son publicadas aquí (más o menos) como fueron publicadas en su momento en medios impresos de Coahuila.

. . . . .

Actualización:
El realizador Joel Schumacher (nacido en 29 de agosto de 1939, e Nueva York), ha realizado muchas películas después de Un día de furia, entre ellas: Batman Forever (1995), A Time to Kill (1996), Batman & Robin (1997), 8MM (1999), Tigerland (2000), Phone Booth (2002), Veronia Guerin (2003), The Phantom of the Opera (2004), The Number 23 (2007), Twelve (2010) y Trespass (2011), entre otras.

. . . . . . . . . . . . . . .

Un día de furia (Falling Down). Dirección: Joel Schumacher. Guión: Ebbe Roe Smith. Fotografía: Andrzej Bartkowiak. Edición: Paul Hirsch. Diseño de producción: Barbara Ling. Con: Michael Douglas, Robert Duvall, Barbara Hershey, Rachel Ticotin y Tuesday Weld, entre otros. País: EEUU. 1993. 113 minutos.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario