La Habana para un infante difunto
de Guillermo Cabrera Infante
Jesús Guerra
La
Habana para un infante difunto es uno de los libros más importantes de uno de
mis autores preferidos, el cubano nacionalizado británico Guillermo Cabrera
Infante (nacido en Cuba en 1929 y fallecido en Londres en 2005). Perteneció, o
se le asoció al famoso Boom literario latinoamericano, pero él siempre
lo negó, decía que no era más que una etiqueta mercadotécnica creada por los
editores para vender más libros y que los autores de ese supuesto movimiento
tenían poco que ver entre sí en términos temáticos y estilísticos. Y su obra es
una muestra de ello.
Esta
obra se publicó con la etiqueta de novela, aunque evidentemente es una
parte de sus memorias. Así que podemos considerarla una novela autobiográfica,
y como no podemos estar nunca al cien por ciento seguros de qué tanto de lo
narrado son recuerdos de acontecimientos reales y qué tanto es invención,
mejoramiento, embellecimiento o dramatización, es decir ficción, podemos
leerlas como queramos. Pero si tenemos información sobre su vida tenderemos,
creo yo, a leer esta obra como un libro de memorias, y así es como la he leído
yo.
Quienes
han leído a Cabrera Infante conocen y reconocen su estilo literario, el cuel
está repleto de juegos de palabras (a veces incluso mezclando idiomas), y
figuras retóricas como el retruécano, la paronomasia y el hipérbaton, es decir
alteraciones sintácticas para que sus juegos de palabras funcionen mejor, y
todo esto citando constantemente títulos de obras literarias, musicales y
cinematográficas, mostrando no sólo su enorme cultura sino su espléndido
sentido del humor. Estas características de la escritura de Cabrera Infante, si
bien la hacen muy divertida, puede resultar, también, cansada luego de muchas
páginas, pero la solución no es dejar de leer el libro sino, simplemente,
dejarlo descansar un rato. Puede uno leer alguna otra cosa y al cabo de uno o
varios días, retomar el libro, que volverá a ser fresco y divertido.
Esto
lo menciono sobre todo porque La Habana para un infante difunto tiene
alrededor de 600 páginas. No traten de leerla como una novela de misterio:
dejen reposar el libro de vez en cuando y dense un respiro ustedes. Verán, sin
embargo, que se trata de una obra fascinante, casi hipnótica.
Su
estilo es evidente desde el título: La Habana para un infante difunto es
un juego de palabras intertextual, como dicen los académicos, que hace
referencia a la pieza del músico francés Maurice Ravel Pavana para una
infanta difunta. La traducción al
francés apareció con este mismo título, obviamente traducido, pues el juego de
palabras funciona también en esa lengua. Pero la traducción al inglés apareció
con el título Infante's Inferno, pues se parece al título que de la parte de
«Infierno» de la Divina Comedia, de Dante, se vende en los países de
lengua inglesa, en donde se puede comprar esa obra en sus tres partes
independientes, y el «Infierno» de Dante (el Infierno de Infante) es la más
leída de las tres, por ser la primera. Y si menciono este detalle de las
traducciones, sobre todo la del inglés, se debe a que es bien sabido que
Cabrera Infante trabajaba muy de cerca con su traductora al inglés, o más bien
colaboraba con la reescritura del libro en inglés.
La
Habana para un infante difunto
comienza con los primeros recuerdos del personaje-narrador a su llegada a la
capital de Cuba, alrededor de los 11 o 12 años. Cabrera Infante nació en un
pueblo llamado Gibara, así que la ciudad y sus luces lo deslumbraron, el
Malecón, los tranvías, los autos, los cafés y, por supuesto, sus cines. Al
parecer en esa época, y hasta fines de los años 50, la relación entre el número
de habitantes de La Habana y su número de salas cinematográficas hacían de la capital
cubana la ciudad de Latinoamérica con más cines. ¡Y era la época dorada del
cine!
Sin
embargo, los padres del narrador eran pobres, así que la familia (compuesta por
el padre, la madre, el narrador y su hermano menor) vivieron varios años en un
solar. Un solar, en Cuba, era o es, quizá, un edificio con cuartos, no
departamentos pequeños sino cuartos, en donde pueden vivir una o varias
personas por cuarto, y tanto la cocina como los baños son comunes. Y todavía, a
veces, al cuarto de la familia del narrador llegaban familiares o amigos del
pueblo y se quedaban con ellos un tiempo. El narrador creció, entonces, en el
centro de la ciudad, que aprendió a recorrer, a pie y en autobús, de un lado a
otro.
Nos
cuenta también de sus amigos, algunos de los cuales son personalidades de la
cultura y de la política cubana del siglo XX. De las escuelas, de los eventos
culturales a los que asistía (y a los que muchas veces su madre lo acompañaba)
y nos habla de las mujeres que le gustaban. En un inicio, cuando él era aún un
adolescente, este «museo de mujeres» —como él mismo definió esta obra suya
alguna vez—, es más bien una galería de jovencitas que le gustaban y sus
infantiles fantasías. Es decir, nos narra sus primeras relaciones con el sexo
opuesto, que en ese caso era sobre todo la curiosidad sobre las mujeres del
solar en el que vivía junto con su familia, y sus primeras visiones del cuerpo
femenino al desnudo, sus primeros actos como voyeur, que habrían de
ejercer una influencia enorme en sus gustos y en su amor por el cine. En algún
momento el libro pasa a ser una especie de catálogo de rechazos o de
imposibilidades, como una historia de Don Juan al revés...
El
propósito fundamental del libro, según lo manifiesta el narrador, es hablar de
sus relaciones con las mujeres. Su educación sentimental. Sin embargo, el autor
no puede evitar, puesto que en la vida y en la memoria todo está conectado,
contarnos otras cosas, y sobresalen tres temas evidentes: su familia y su vida
familiar, la ciudad de La Habana y el cine.
El
cine es inevitable debido a la pasión sentía Cabrera Infante por él, y en
alguna parte de este libro llega el momento en que el personaje central y
narrador, es decir el autor mismo del libro si leemos esta obra como una parte
de sus memorias, es ya crítico de cine de la revista Carteles. De hecho,
Cabrera Infante llegó a ser el crítico de cine más leído de La Habana en su
momento, y quizá uno de los más originales que han existido en nuestra lengua.
Sin embargo, no nos cuenta cómo llegó a trabajar en Carteles ni por qué,
y es que el hilo narrativo no es su propia vida, sino las mujeres de su vida.
Durante
la primera etapa de sus intentos de relaciones con las mujeres la constante era
la torpeza de su parte, el fracaso y el rechazo. El anti-Don Juan. Pero con la
experiencia y la edad llegaron las primeras novias y sus primeras relaciones
serias. Hay un apartado muy interesante en que establece una relación entre sus
ídas al cine y sus intentos por abordar chicas en esos lugares. Después las
cosas se tornan más serias, lo que no quiere decir que las narre sin humor. El
humor es una constante. Pero sus relaciones amorosas no son necesaria ni
particularmente originales (a no ser, por supuesto, de que sucedían en La
Habana de los años 50). Lo verdaderamente importante es la manera en que el
autor escribe acerca de ellas. Su estilo. Así, escenas que no tienen un
verdadero valor anecdótico, se vuelven páginas estupendas gracias al talento, a
la inteligencia, al sentido del humor y al impresionante manejo del lenguaje de
Cabrera Infante.
Si
les interesa saber sobre cómo era y cómo se vivía en La Habana de los años 50,
La Habana anterior a la revolución, esa ciudad que se ha ido convirtiendo en
mítica con el paso de los años, este libro es una lectura obligada. Para
Cabrera Infante era el centro del universo. Era su fascinación. Fue joven en
esa ciudad. Ahí estaba su familia, estaban sus amistades, estaban sus amores,
estaba su trabajo. En una de las páginas finales del libro, una mujer, actriz
de televisión, con la que tenía una intensa relación amorosa pero que estaba
sólo de vacaciones en La Habana pues años antes se había ido a vivir a
Venezuela, en donde tenía su casa y su vida, lo invitó a que se fuera con ella
a Caracas. El narrador prefirió perder a esa mujer a perder su ciudad. Él le
contestó que no pensaba dejar de vivir en La Habana, nunca. Nunca...
Por
supuesto, el personaje, el narrador, el autor, no podía saber en ese momento
qué cerca estaba de tener que irse de su ciudad y de su país, y que eso sería
para siempre, debido a los problemas que tendría después con el gobierno
revolucionario. Pero eso ya no está narrado en ese libro, sino en Mapa
dibujado por un espía. En este libro que ahora les comento, tampoco aparece
su segunda esposa, la actriz cubana Miriam Gómez, con quien se exilió en
Londres y fue, a parir de que se casaron, a inicios de los años 60, su
compañera de toda la vida.
Sí
está, en cambio, su primera esposa, pero como esfumada. No nos dice (y esta
ausencia es notable) cuándo y cómo la conoció, ni por qué se casó con ella,
pues aparentemente nunca se quisieron realmente, o en todo caso, él no la amó
de verdad. A partir de un cierto momento en el libro, el narrador ya está
casado y su esposa está embarazada, y lo que el narrador nos cuenta son las
relaciones que tuvo con otras mujeres en ese tiempo. La Habana, las mujeres y
el cine, tres pasiones que a veces se mezclaban en una visión alucinada, por lo
menos en el recuerdo, como nos lo demuestra el final de esta obra y como nos lo
demuestra, también, en algunos episodios, Tres Tristes Tigres.
De
las ediciones de La Habana para un infante difunto de los últimos 20
años, se puede conseguir aún, sobre todo en librerías de viejo, la del Club
Internacional del Libro y la Universidad de Alcalá, de 1998; y la reedición de
Seix Barral del año 2005. Pero comparando estas dos ediciones encontré que a la
edición de 1998 le falta un capítulo que sí está en la del 2005. No he podido
conseguir el primer tomo de sus Obras Completas, editadas por Galaxia
Gutenberg, compuesto por Tres Tristes Tigres y este libro, llamado Habanidades,
para saber qué posibles cambios tiene esta nueva edición, que se supone es la
definitiva. Pero la verdad no importa la edición que consigan, lean esta obra,
se los recomiendo muchísimo, es hipnótica y fascinante.
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La Habana para un infante difunto. Guillermo Cabrera Infante. Hay varias
ediciones, la del Club Internacional del Libro, la de Seix Barral y la de las
Obras Completas de este autor que publica Galaxia Gutenberg, en el primer tomo.
Dependiendo de la edición es el número de páginas, pero tiene alrededor de 600.
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