La bruja
(The Witch, EEUU, Inglaterra, Canadá,
Brasil, 2015)
de Robert Eggers
Jesús Guerra
Por un motivo desconocido para los espectadores, pero evidentemente
relacionado con la religión, William (Ralph Ineson) es desterrado del pequeño
poblado de Nueva Inglaterra en el que vivía, alrededor de 1630, y con él se van
su esposa, Katherine (Kate Dickie), y sus hijos, Thomasin (Anya Taylor-Joy),
Caleb (Harvey Scrimshaw) y otros dos más pequeños. Llegados a un pequeño valle,
que limita con un bosque de aspecto siniestro, deciden instalarse ahí. Besan el
piso. Es su tierra prometida. Tiempo después, ya viven en una cabaña de dos
pisos (William es hábil como carpintero) y tienen otro hijo, que es apenas un
bebé. Thomasin y Caleb son adolescentes. Pero esta imagen de familia feliz que
habita en la naturaleza es una ilusión. Las cosechas no se están dando y tienen
problemas para cazar animales.
Un día la madre le pide a Thomasin, la hija mayor, que cuide del bebé.
La joven lo lleva frente a la casa, y la recuesta sobre una cobija en la
hierba. Juega con ella. Se tapa los ojos con las manos y se los destapa para
hacer reír al bebé. Pero de pronto el bebé ya no está ahí. Thomasin da la voz
de alarma. ¿Cómo pudo haber desaparecido así? los espectadores vemos a un ser,
¿una mujer?, corriendo por el bosque con el bebé cargado. Y luego un acto
macabro y sangriento. ¿Pero esa escena la vemos los espectadores porque sucede
o porque la imagina Thomasin, o William, o Katherine?
La desaparición del bebé, junto con otros elementos, como las
difíciles circunstancias en que viven, el hambre, el aislamiento, pero, sobre
todo, la obsesión religiosa que conforma su visión de la realidad (la de ellos
y la del resto de los puritanos del pueblo y, de hecho, de todo Occidente en
ese momento de la historia), que en lugar de ayudarlos les pesa muchísimo sobre
los hombros y en lugar de iluminarles el camino se los oscurece, arrastra a la
familia a una crisis descomunal.
Todo, en ese mundo en el que el Mal —y su personificación, el demonio—
acecha en cada rincón, tras cada árbol, en cada pensamiento impuro, es
sospechoso: un conejo que los desvía del camino, un macho cabrío enloquecido,
las sombras de la noche, el crujir de las ramas, los deseos inconfesables, el
desasosiego de las hormonas adolescentes, el dolor de una pérdida, una mentira,
un acto de cobardía, el miedo, la ira.
En el mundo hiperreligioso, puritano y represivo en que vivían estas
gentes, se podía llegar a la locura con extrema facilidad, pero ni siquiera era
necesaria la locura personal porque el contexto en el que vivían, la visión de
la realidad que tenían, era de por sí enloquecido y enloquecedor.
La bruja cumple con la
característica fundamental para ser catalogada como una obra fantástica: nos
permite, en su extrema ambigüedad, dos interpretaciones diferentes de los
hechos narrados: una racional y otra sobrenatural. El espectador puede escoger
con qué clave interpreta lo visto, pero lo verdaderamente importante es el
choque permanente de ambas interpretaciones de manera simultánea, eso es lo que
genera extrañeza, confusión, esa placentera incomodidad de lo fantástico.
A muchos fans del cine de terror más evidente, sobre todo los
más jóvenes, esta cinta les parecerá frustrantemente suave. La van a desechar
porque requieren de la confirmación inequívoca de los hechos, de la aparición,
sin lugar a dudas, de lo sobrenatural. Para los espectadores adultos esta
película resultará mucho más placentera, porque es más inteligente, más
interesante, más ambigua. La bruja representa el regreso al cine
norteamericano del cine de terror y del cine fantástico para adultos, lo que
ya, en sí mismo, es un hecho que hay que celebrar, en un ambiente dominado por
el cine para jóvenes.
El director, Robert Eggers, es joven (nació en 1983), parece un
capitán de la Guerra Civil estadounidense (busquen sus fotos), había dirigido
sólo un corto en video de 27 minutos, en 2007, y un corto en cine, de 20
minutos, en 2008, antes de dirigir La bruja, su primer largometraje. Sin
embargo, y aquí está su experiencia, ha trabajado en varias cintas como
diseñador de producción, en otras tantas como diseñador de vestuario, y en
otras como director de arte. También sabe trabajar con recursos financieros
limitados, pues la película costó sólo tres millones y medio de dólares.
El guión de La bruja es también suyo. Se sabe que hizo una
profunda investigación histórica acerca del tema, y que incluso muchos
fragmentos utilizados en los diálogos provienen de documentos de la época en
que está ubicada la historia de esta obra. La ambigüedad de su guión proviene
no sólo de la voluntad de insertar su cinta en lo fantástico, sino en que ambas
caras de la moneda le interesan, tanto el asunto de la mentalidad de la época y
su aspecto psicológico, como el imaginario sobrenatural de ese período. Si
tenemos en cuenta que los famosos juicios por brujería de Salem, Massachusetts,
sucedieron entre febrero de 1692 y mayo de 1693, resulta que La bruja
funciona como una precuela de esos eventos. Esa era la mentalidad de la época,
esos eran los miedos que tenían los puritanos, ese era el ambiente que se
respiraba. ¡Y eso es lo verdaderamente aterrador!
Teniendo en cuenta la carrera cinematográfica del autor, no sorprende
que entre los puntos fuertes de la cinta se encuentren la dirección de arte, el
diseño de producción y el vestuario, es decir todos los aspectos visuales
(además, por supuesto de la estupenda fotografía, a cargo de Jarin Blaschke)
que le brindan realismo histórico a la obra. La música, de Mark Korven, es muy
acertada, con unos coros bastante siniestros que ambientan a la perfección esta
película, aunque me parece que, en algunos momentos, sobre todo al inicio,
distrae la atención de los espectadores porque se adelanta en el tono a los
hechos más intensos.
Las actuaciones son en general adecuadas, aunque por supuesto las
interpretaciones más llamativas son las de los actores adolescentes: Anya
Taylor-Joy y Harvey Scrimshaw, así como la de Kate Dickie, quien encarna a la
madre de los jóvenes. La bruja es un film, me parece, que hay que ver.
. . . . . . . . . . . . . . .
La bruja (The Witch: A New-England Folktale)
Dirección: Robert Eggers
Guión: Robert Eggers
Fotografía: Jarin Blaschke
Edición: Louise Ford
Diseño de producción:
Craig Lathrop
Dirección de arte: Andrea
Kristof
Escenografía: Mary Kirkland
Vestuario: Linda Muir
Música: Mark Korven
Con: Ralph Ineson,
Kate Dickie, Anya Taylor-Joy y Harvey Scrimshaw, entre otros.
Género: Misterio,
Terror
País: EEUU,
Inglaterra, Canadá, Brasil
Año: 2015
Duración: 92 minutos
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