Play
(Suecia, Francia, 2011)
de Ruben Östlund
Marlén Curiel-Ferman
Play,
del director sueco Ruben Östlund, me parece una magnífica película no solamente
por la precisión con la que maneja los aspectos técnicos, como la fotografía y
la edición (es decir, el ritmo), sino también (y principalmente) por el
argumento y el guión, los cuales versan en la crítica profunda, bien tejida en
todos sus puntos y categorizaciones, objetiva y honesta que Östlund hace sobre
los discursos del racismo, la marginación, la institucionalidad, la ética y la
tolerancia, y cómo éstos pueden dejar de ser funcionales cuando en una sociedad
avanzada, como lo es la sueca, se da el ambiente perfecto para la coexistencia
de la «normalidad estructurada» (y en donde, por ende, la desigualdad, el miedo
racial y la marginación social no pueden siquiera ser imaginados) y la ley de
un submundo que, impelido por la segregación histórico-económica, desata su
feroz hambre por ocupar, aunque sea a la brava, el lugar del otro, quien, acostumbrado
a vivir en una civilización donde el trillado discurso de la igualdad y la
tolerancia impera, no logra comprender al principio las razones de violencia
del que es objeto, y mucho menos consigue al final defenderse de eso que lo
ataca.
El
filme trata de tres niños suecos (nórdicos) que son increpados por un grupo de
cuatro niños negros (musulmanes), quienes los van empujando a una serie de
situaciones tensas (y un tanto extremas) con la finalidad de apropiarse de sus
cosas, incluyendo sus prendas de vestir.
Esta
película fue duramente criticada por la sociedad europea que pretende iconizar
el estatus actual de los derechos humanos, especialmente para las minorías,
arguyendo que era un claro ejemplo de racismo lo que el director estaba
proyectando. Y es que el filme lanza un zarpazo por demás contundente: ¿quién
es minoría y bajo qué circunstancias? ¿Cómo se da el efecto del racismo
invertido y cómo lo afectan profundamente estos discursos de derechos humanos
que, más allá de establecer una pauta de socialización armónica entre varias
etnias dentro de un mismo país, alargan la agonía de los grupos minoritarios
por antonomasia, convirtiéndolos en elementos igualmente destructivos contra
otra minoría, la que vive dentro de una burbuja y que lo mismo es inocente de
la acción segregadora de sus ascendientes que culpable de la omisión ante los
efectos de esa acción?
Östlund
muestra con una severidad que raya en lo mordaz la vulnerabilidad que propicia
la institucionalidad en todos sus recovecos y vertientes en un grupo dominante,
pero que, a fuerza de ser obligado a machacar principios políticamente
correctos, olvidan algo esencial: los principios son herramientas que rara vez
sirven para comprender la naturaleza humana. Y la naturaleza humana olvida los principios
cuando se le propicia un ambiente de calidez (aunque sea de dientes para
afuera) a través de valores (indiscutibles y, por tanto, impunemente
ilimitados) como la tolerancia, el respeto y la integración.
Otro
rasgo interesante de este director es la burla que hace del, por así decirlo,
«karma histórico» de los colonizadores, quienes se han visto obligados en
últimas épocas a adoptar rasgos culturales de inmigrantes (en este caso
africanos) para poder llevar la fiesta en paz, tanto con sus propios principios
(normalmente discursos heredados de un siglo XX dedicado a convertir, por
corrección política más que por intención, a los individuos de países
dominantes en seres abiertos, incluyentes y tolerantes; discursos que han
venido evidenciando su origen dudoso en las dos primeras décadas de este
siglo), como con una realidad avasalladora que camina directamente hacia ellos:
la inversión del dominio por causa del decremento poblacional de éstos contra
el incremento de los inmigrantes. O sea: lo que naturalmente debe de ocurrir,
llámese ciclo de vida de una cultura hegemónica o evolución histórica de las
razas.
El
punto más mordaz en el filme se logra cuando una pareja de padres gay increpa a
un niño inmigrante de manera impune y montonera para que el niño «aprenda» que
no es correcto andar amedrentando niños blancos (es decir, que hace uso de su
ambivalencia racial —son físicamente superiores pero económica y socialmente
inferiores en países desarrollados—). Es notoria la crítica que hace sobre cómo
otro grupo, considerado (malamente) marginal, abusa de otro (inmigrante y
además niño).
La
película, según mi parecer, debe de verse no con los ojos del discurso tan
sobado que las materias en derechos humanos nos han hecho adquirir sin por ello
permitirnos reparar en su esencia, en su necesidad intrínseca, más cercana al
concepto de derecho natural que al de civilización global. El hecho de que haya
invertido los papeles no me parece que haya sido con la intención de volver a
estigmatizar a una etnia o a otra, sino la de demostrar la poca fiabilidad que
hay en el discurso de la tolerancia y la inclusión, y que es esta misma
debilidad lo que al final hace que vuelva a ganar la naturaleza humana, siempre
ávida de dominio y exterminio frente al otro, más si el otro cuenta con un
linaje histórico que lo valida como un usurpador de los derechos naturales que
el débil, convertido obligadamente en gandaya, debió haber ostentado por el
simple hecho de ser humano.
Y
al mismo tiempo, evidencia, insisto, la vulnerabilidad de la burbuja en la que
se desarrollan los grupos dominantes en esta época, pues ni es verdad que haya
bastado con la inclusión y la tolerancia para hacer efectiva la felicidad y
realización de los grupos marginados, ni tampoco lo es el que su creencia en
dicho discurso los vuelva inmunes ante la depredación del otro, sea cual sea su
origen y/o motivo.
Les
recomiendo que busquen la película y que reflexionen en torno a estos clichés y
cómo la realidad (para ninguno de los dos grupos) ha sido superada, en casi
ninguno de sus aspectos. Vale la pena.
Sobre
Ruben Östlund
Ruben
Östlund nació el 13 de abril de 1974, en Suecia. Es director, guionista y
editor de cine. Entre sus obras se encuentran: Family Again (documental,
2002), Gitarrmongot (2004), Involuntario (2008), Turist (Fuerza
mayor, 2014) y The Square (La farsa del arte, 2017). Östlund
ha recibido muchas nominaciones y ha ganado una gran cantidad de premio en
festivales cinematográficos de todo el mundo, el más importante, sin duda, fue
la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2017 por The Square, festival
en el que había ganado el Premio del Jurado de la sección Una Cierta Mirada, en
2014, por Tourist. En el caso de Play, el realizador ganó
el Premio Especial del Jurado de los Críticos Cinematográficos de Dublín en el
Festival Internacional de Dublin, en el Festival de Cine de Gijón ganó el
premio al Mejor Director, y el mismo premio en el Festival de Cine de Tokio, y
el Premio de la Audiencia en el Festival Internacional de Tromsø.
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Play
Dirección: Ruben Östlund
Guión: Erik Hemmendorff, Ruben Östlund
Fotografía:
Marius Dybwad Brandrud
Edición: Jacob
Secher Schulsinger, Ruben Östlund
Dirección de producción: Pia Aleborg
Vestuario:
Pia Aleborg
Música: Danny
Bensi, Saunder Jurriaans
Con: Anas
Abdirahman, Sebastian Blyckert y Yannick Diakité, entre otros.
Género: Drama
País: Suecia
y Francia
Idioma: Sueco
Año: 2011
Duración: 118
minutos
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